La población sevillana se dejó llevar.
Conociendo al ministro de Educación y sus episodios, sería difícil concebir a
alguien que no tuviera algo que objetarle, por mínimo que fuera. De hecho, el
escándalo popular que acompañó a la visita de Wert pretendía reflejar este
desacuerdo.
La reacción virulenta se ha convertido en un
tópico inherente a las declaraciones públicas de los políticos, lo que ha
provocado el afianzamiento de una pésima imagen de los manifestantes. Se ha
alcanzado un punto en el que incluso los propios ciudadanos temen protestar por
enfrentarse a esa violencia.
Las causas defendidas pueden ser dignas, lo
que las invalida es la forma de llevarlas a cabo. Para que éstas sean
compartidas, se necesita la creación de una imagen con la que sea posible
identificarse, por lo que sería incoherente pronunciarse en contra de los
mismos abusos que se acaban cometiendo: tachar al mandatario de incivilizado
mientras se recurre al insulto y el desorden no es precisamente congruente.
Existen otras formas más eficaces y lógicas
de expresar el desacuerdo. El rector de la Universidad de Sevilla fue acogido
en una Junta de Facultad con preguntas muy específicas que buscaban transmitir
el descontento y la tenacidad del alumnado. Podría haberse convertido en un
encuentro belicoso, pero se optó por luchar a través de la palabra. Y funcionó.
En este caso, podría haberse optado por una reunión silenciosa aderezada con
pancartas que recogieran propuestas de cambio, o la petición de que un portavoz
trasladase algunas exigencias al ministro.
Como sostendría Voltaire, las diferencias
entre visiones nunca desaparecerán, pero ofrecen la oportunidad de respetar que
el adversario puede pensar así.
En una época donde la clase política se torna
déspota, está en manos del electorado apostar por medidas simbólicas e
intelectuales que les impidan ser calificados como incivilizados y, por lo tanto, superar a sus
fatuos representantes.
Laura Manzano Zambruno.
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